
Escaleras de
Mármol Blanco
Cierra los ojos. Sus padres no están, no hay nadie del servicio por el momento. Enciende el tocadiscos, los violines comienzan a tronar, se alzan junto a un piano, en un juego de tonos que suben y bajan acompasadamente. Ella se desliza sobre el mármol, tan bien pulido que puede ver su reflejo, otra versión de sí misma que la acompaña en su baile.
Ambas se arrastran delicadamente los pies descalzos y levantan los brazos hacia arriba, haciendo un ademán de alcanzar algo más en lo alto... Dan giros mientras los violines frenéticos silencian al piano y se alzan aumentando su ritmo, acelerándolo. No ve nada más, en su imaginación no es el suelo de mármol blanco lo que tocan sus pies, si no el fondo del mar.
Sus dedos se arrastran por la arena empujando caracoles consigo.
Sus manos se abren paso entre las olas, se apoyan en el agua y mueven en sincronía, como si no fuera el agua lo que tocasen, como si fuera uno de aquellos pájaros que en lo alto despliegan sus alas cortando el aire. Su vuelo va en sintonía con los violines, ahora de tonos bajos y calmados, al ritmo de su lenta respiración.
Entonces la canción vuelve a alzarse en tonos altos, y ella da pequeños saltos imitando a un delfín, las olas la acompañan. Se mece junto a su reflejo, van de aquí a allá. Sus saltos comienzan a alargárse, al tiempo que las olas en su imaginación se vuelven más grandes.
Cada vez más alto.
Cada vez estira aún más los brazos.
Bailando atravieza el pasillo, aún al ritmo de la melodía que llega desde la habitación. Su otra yo le devuelve la sonrisa, y continuan saltando juntas, impasibles.
Alguien cierra una puerta en una habitación cercana, quebrando la perfecta sincronía.
Las olas se estiran hasta tragarse a la pequeña.
Una hilera de burbujas se escapa por su boca, flotando hasta la superficie. Puede verlas perfectamente, ya que los rayos del sol atraviezan el agua de mar y la enclarece, imitando al brillo del mármol cuando se refleja la luz de una lámpara en él. Ella no puede mover los brazos, sus piernas no le responden.
Cautiva, atrapada, en el haz de luz que llega desde la araña que pende sobre ella. Porque su imaginación se desvanecía, las crueles olas que la habían engañado seduciéndola para que jugara con ellas la habían tragado.
La melodía sonaba en una locura de acordes, cada vez más enredados.
Ya no podía distinguirlos correctamente.
El piano se mezlcaba con los violines.
Sin embargo, la música seguía llegando desde una de las habitaciones. El disco no había parado. Sólo la niña había cesado sus vueltas. Su cuerpo yacía enredado en el suelo. Su cabeza torcida, pero aún así sus ojos captaban el brillo, el destello, de la lámpara.
En realidad, los violines seguían tronando, ahora acompañados de unos clarinetes, compitiendo por quién alcanzaba un tono más agudo, en una especie de ironía. El mármol ya no estaba impecable, el reflejo de la niña se había desvanecido. Un hilo de sangre se esparcía impidiendo que su otra yo se mostrara.
Las escaleras antes blancas estaban manchadas de rojo.
La música continuaba la danza.